En la siguiente crónica, el periodista David Ortiz nos comparte reflexiones desde una perspectiva narrativa sobre el proceso constituyente y de cambio social que se vive en nuestro país. » ¡A escribir! Escribir el libro. Los redactores, la lluvia, la lluvia de crítica, la lluvia de incertidumbre, la lluvia de mensajes, la lluvia ácida de gente sulfurada», nos dice el autor.
Por David Ortiz Zepeda
Llovió en Chile. Llovió después de tantos años. Llovió en Salamanca, llovió en Combarbalá, en Tongoy, en Catemu, en La Ligua, llovió en Tierra Amarilla, en el Huasco, en San Vicente de Tagua Tagua… llovió, llovió y se dejó caer un aguacero total inundando todo. Después de que se incendió Chile, hoy el agua cae y harto que la necesitábamos. Agua para un país sediento de tanto correr y gritar. Un torrente se vino encima como hace tantos años no sabíamos. Gente atrapada en la nieve, como imágenes de un archivo de los noticieros de los años noventa. Cayó nieve en el Valle de Copiapó, en el Valle del Limarí, del Carmen, del Choapa, del Cachapoal. El agua cayó recordándonos las toponimias olvidadas de un país repartido en una geografía que alguien agarró a peñacasos y barretazos, una geografía que hicieron tira, una geografía agreste que parece que tiene más hitos de geomensura que habitantes. Nombres de lugares en madungún, otros de los que ni siquiera se sabe la lengua de origen.
Llovió sobre este Chile al que se le quemaron los bosques y después las ciudades. Se llenan napas, vuelven cauces, se alimentan los embalses. Se alimentan. Dentro del desierto atacameño, vulvos y rizomas, semillas de praderas enterradas esperan brotar en septiembre. Chile: Pais y Paisaje. Paisanos.
Voy pensando todo eso mientras escucho la radio, antes de irme al trabajo. Salgo contento por la lluvia y afuera un río, en la Avenida Juan Martínez de Copiapó. Inundada la calle, parece canal. Todo el caudal que bajó por las quebradas de esta ciudad seca. Los autos levantan barro en olas. Una señora le grita a otra que va manejando muy rápido en un jeep rojo, la de adentro le responde levantando el dedo del medio, la de afuera la insulta, con rabia, con odio. La del auto acelera más aún y salta el agua. Barrito para las veredas. La señora empapada me mira y apunta el vehículo colorado que sigue acelerando. La señora de a pie espera que le diga algo, me mira. No sé la verdad qué decirle. Esperamos locomoción un rato y aparece uno de los pocos taxi colectivos que andaba por las calles anegadas. La misma señora me pregunta si voy al centro, que aprovechemos de cruzar y tomar el colectivo, pasamos por el agua. Se me mojan las zapatillas y pienso que me podría resfriar, piso barro y casi me resbalo. La señora me comenta al cruzar que no encontró sus botas de agua y le consiguió los bototos de seguridad al marido. Se lamenta, porque le quedan muy sueltos, pero me asegura que para dar patadas son buenos. Nos subimos al colectivo. El chofer nos dice que en el campo no cayó agua. Que viene del sector de la Hacienda San Pedro y Hacienda Margarita a la salida de lo que queda de campo en Copiapó y que llovió más en la ciudad que en los predios. La señora le habla de la escena del jeep rojo, que en Chile falta educación, que no hay civilidad. En la radio se escucha a un locutor decir “vamos con el balance de las precipitaciones”; el conductor sube el volumen y el locutor Franklin Garay de Radio Nostálgica de Copiapó dice “…en la región metropolitana han caído hasta ahora 20 milímetros”. Un sonor “Arghh” sale del chofer, “qué me importa Santiago”… Miro por la ventana. Agua. Agua que llegó de los cerros se concentró en tres calles y toda, toda esa agua fue a dar al centro. Me bajo en mi destino, rumbo a la oficina. Llego. Está cerrado y mis compañeros están afuera. Conversamos un rato, de la lluvia, que nadie creía que iba a caer agua, que nadie lo veía venir, que fue un reventón de cielo, dijo alguien más poético por ahí. Estimamos que si no hay electricidad o agua podremos ir a teletrabajar. Se abre la puerta, nos recibe el jefe desde adentro. Invadimos la oficina, nos agenciamos en nuestros escritorios. Hablo con Xime que está en Los Loros, parte alta del Valle de Copiapó. Le preguntó cómo está. Linarense, como toda sureña siente nostalgia de lluvia en este desierto. Pero se llovió su casa, se mojó su cotidiano. La casa se anegó. La gente teme un aluvión, como el del 2015, el del 2017. Llueve en Chile, y cuando llueve se remece todo. Lo que todos deseábamos era lluvia, ahora que llega, es dura en algunas con algunos. Muy dura, como el agua mineralizada del norte. Una conocida me cuenta que su abuela en Ovalle perdió la cocina con la lluvia. Se rompió el techo, cayó una masa de agua y ramas en el centro de todo hogar. Mi socia de la librería me llama para avisar que se infiltró el agua y evacuaron los libros. Los libros huyendo del agua, como en homiguero anegado.
Ha pasado tiempo desde las últimas grandes lluvias…
Antes de que Chile se quemara, antes de que lloviera de nuevo este 2022, cuando entré a estudiar periodismo el 2008 me enfrenté a la última serie de temporales que arribaron a Valparaíso. Estudiaba en Playa Ancha, en ese tiempo me gustaba hacer canciones y escribí una que se llamaba “Hoy salió el sol para mi ropa tendida”. Era un tema sencillo, nostalgia de sol. En Copiapó la ropa se seca perfectamente en media tarde. Si es verano se seca en menos.
Por esos años Chile entero estaba entrando en sequía, el inicio de la sequía desastrosa. Universidad de Playa Ancha, viento y lluvia. Vi gente caerse con los temporales playanchinos. Techos de Valparaíso se elevaban. Se perdía el sombrero de las casas y gente asustada adentro veía cómo la naturaleza que regalaba lluvia, entrega terror evidenciando la precariedad porteña. Lo más impresionante fue un barco cuya ancla no resistió el viento y fue a dar contra el borde de la ciudad. Lluvia y reflexión. Hacer chocar un barco contra el “puerto principal”.
Ese año fue de numerosos días de lluvia. Una de esas jornadas entre chubascos tuvo una invitada especial en la UPLA. Se organizó un evento que a mis 18 años no entendía bien, y al que me invitó una compañera de curso: Paloma. Ella me dijo que venía una diputada constituyente ecuatoriana. Fuimos al Aula Magna, estábamos con otro montón de grupos políticos universitarios. Algunos formados por los náufragos de
innumerables proyectos anteriores, el resultado de orgánicas que pasaron a células, moléculas y finalmente átomos con un único militante. No era mucha gente, pero todos estaban escuchando atentos a la joven que hablaba. Ella habló de lo difícil que era que se dieran las mismas condiciones que se dieron en Ecuador. Allá se hicieron alianzas entre grupos marginados, avanzaron en movilizaciones conjuntas, hicimos preguntas y hubo conjeturas. ¿Cambiar la constitución en Chile? Difíficl, muy difícil. La descomposición en Ecuador era profunda en los sectores conservadores, en cambio en Chile había un bloque sólido. Decíamos con Paloma: “ojalá un día se den las cosas y podamos cambiar algo”.
Ese año hubo elecciones y todos estábamos anotando AC AC AC en los votos. Cuando la sigla se usaba para Asamblea Constituyente y no como ahora, que sirve para decir Acusación Constitucional. Yo no fui a votar, estaba en Copiapó inscrito y además tenía una visión más anarquista contra el voto. Estaba bien enojado en ese tiempo. Pasaron unos años, movilizaciones, marchas. El 2011 todos enloquecimos, se inició la movilización por la educación más grande vista en años. Contra Piñera. Nos tomamos la Universidad. Asambleas, asambleas ampliadas. Asambleas que se juntaban con otras asambleas. Mi profe de audiovisual, Luis, ex mirista; me decía muy emocionado tomando un café: “los tiempos de la asamblea son más parecidos a la naturaleza humana. Más lento, pero más democrático. Yo estaba acostumbrado a la célula, con secretismo y verticalidad; pero eficiente. Cuidándonos porque todo era peligroso”. Hoy recuerdo ese mensaje, que siempre mencionaba, su generación setentera y la mía, dosmilera. Diálogo. Un puente con tanta agua pasando bajo el río. El profe se emocionaba viendo tanta gente saliendo a la calle. Avanzó el invierno. Empezó a nublarse permanentemente. La toma. Hacer la guardia en la toma, cuidando la entrada con mate y un montón de estudiantes movilizados y medio desnutridos a las 5 am hablando de política y todo tipo de temas, algunos pelotudos, otros románticos. Me acuerdo de cómo se nos distorsionaba un poco el cerebro.
Ese 2011, el movimiento se radicalizó rápido en Valparaíso. La consigna de educación gratuita se puso por delante de la otra de fin al lucro. Helado Valparaíso. Nosotros ahí medio desnutridos y enfriados. Seguíamos. Un día de protesta se armó toda una acción coordinada entre las universidades porteñas. Se bajó en masa y salieron capuchas de sus facultades. La policía no dio a vasto. La movilización coincidía con un frente de mal tiempo. Soplaba el viento desde el pacífico, húmedo y frío. Cerca del Congreso la marcha se desvió del eje tradicional de movilización hacia la Avenida Errázuriz, ahí un zorrillo era apedreado. Las piedras, lluvia de rocas pegando en el metal verde musgo. En medio de la escena saludé a un amigo, otro que iba pasando me toma el brazo y me dice “sin nombres, sin nombres”. Todos anónimos. Una masa, haciendo llover piedras.
–Caen lacrimógenas, se las lleva el viento. Empieza a caer agua. El gas del zorrillo se aplaca con el agua. El agua apaga también las barricadas. Unas compañeras llegan con amoniaco. ¡A la nariz! Limón para los que estaban al lado del gas antes de que el chubasco aplacara la nube pimienta. Fuego, gas, lluvia. Todos estábamos con la adrenalina arriba. El agua cayendo, nosotros ardiendo. Explotó algo. Un auto que estaba por ahí, volteado con fuego. Esas llamas no podían apagarse con el agua de la lluvia, el combustible era más fuerte. Después de unas horas todos salieron corriendo, cruzando el plano porteño, para refugiarse en las escaleras de los cerros. Balizas y sirenas inundaron la ciudad, recuerdo subir y subir una escalera. Costó. La lluvia ya amainaba y se veía desde arriba todavía el humo de unas barricadas que insistentemente eran encendidas cerca del congreso y cerca de otras facultades-.
Vinieron focos de fuego intenso. Freirina el 2012, incendiando barricadas para controlar esa pequeña localidad. Expulsando a Agrosúper. Puerto Aysén y sus pescadores quemando una micro policial. Bajo la lluvia. Pasaron años, pasaron y pasaron meses, años, secos. Se quemó el bosque sureño, se quemó Valparaíso. Fuego. Hasta que en ese terreno que se olvidaba de lo líquido se encendió un tanque de hidrógeno. ¡Paf! Se empezaron a quemar los Wallmart, Enel, las Seremi de Educación, muchos municipios, se empezaban a incinerar símbolos, se caían estatuas. Todo detonado, todo. ¡A escribir! ¡A reescribir! Lluvia, pero de fuego, las fumarolas, las lacrimógenas, los balines. MUTILACIÓN. El horror, el desorden y el poder fluyendo para suplicar cuerpos sudados y enrabiados. A escribir. ¿Escribir pancartas? Sí. ¿Escribir petitorios? Sí. ¿Quién tiene que escribir? El pueblo, o Los Pueblos. Eso pensábamos. Cabildos espontáneos por todos lados, a veces no se podía avanzar mucho. Las calles estaban cortadas. A veces no podías ni llegar a tu destino. Todo era temprano por el toque de queda. Todos escribiendo y pensando cómo se podía reescribir Chile en un solo libro. Y ahí tanta gente, tanta gente se puso a redactar cosas. Y empezó a caer tinta, un repicar de dedos sobre teclados como granizos sonando, clak clak clak, posteos, más pancartas, más consignas, más gritos. Todo Chile a describirse y reescribirse. Llegó el acuerdo para cambiar el libro fundamental, más quiebres, más lluvia de enojo, más lluvia de lágrimas. Nunca olvidaré a la senadora con la cara más triste de esta historia. El enojo claramente no disminuyó ese día.
Pasó un año, llegamos a dejar una lluvia de Apruebo. Después de que miles de personas salieron a celebrar, vinieron las elecciones. Se eligió un montón de personas que no venían de las élites. ¡A escribir! Escribir el libro. Los redactores bajo la lluvia, la lluvia de críticas, la lluvia de incertidumbre, la lluvia de mensajes, la lluvia ácida de gente sulfurada. Agua, ¿jugo? No. En un año, sólo un año para la asamblea de las asambleas.
Mi profesor de audiovisual: “los tiempos de la asamblea”.
¿Era una asamblea? Queda poco para el Apruebo o el Rechazo. Recuerdo, recuerdo eso que tengo escrito en mi constitución mental: los votos AC, la diputada constituyente ecuatoriana y sus reflexiones que nos invitaba a preguntarnos el contexto.
El nuevo Chile se escribe, se reescribe con gente que tiene apellidos comunes, como las toponimias donde este año llegó la lluvia. Nombres de lugares en Madungún, en Aymara, en Kakán, en Lickanantay. Dicen que divide el país, porque no lo escriben los de siempre. Se escribe Chile de nuevo, y no con una comisión, eficiente, con una misión lógica como las células que decía mi profe, sino por un proceso de cambio constitucional surgido de la sociedad, con masas en la calle en una asamblea que crea tiempo en su escritura. Pensábamos que las cosas podían ser como en Ecuador, pero las cosas fueron como tenían que ser no más. Con lo atronador de la lluvia y del fuego.
Está pronosticado un nuevo sistema frontal en Atacama, mis compañeros de pega dicen “no va a llover”. Confío en que sí. Llueve en Chile. Las calles están anegadas, es el invierno más lluvioso en muchos años. La gente tiene miedo del pronóstico en MeteoChile. Tiene temor. La gente quiere agua, necesita el agua. La corriente avanza, el tumbo de la ola. Todo lo que puedo pensar en este momento es confuso, pero me refugio en la necesidad de que brote el Desierto Florido escondido bajo tierra, que los embalses se llenen, que los ríos se rebalsen; por que el agua es la que rompe la roca, erosiona los terrenos y da vida a los cultivos, y de ahí a las culturas. Aluviones, avalanchas, montañas erosionadas. Llueve en Chile. La geografía de su gente se reescribe. Llovió en Chile, y mucho.